Le dijeron, y ella sonrío.
Se despidió amablemente y caminó apresurada hacia la entrada del edificio. Subió trotando las escaleras; evita los ascensores porque todavía no aprendió qué actitud tomar cuando se viaja acompañada por desconocidos.
Entró al oscuro departamento y con la respiración entrecortada se dejó caer en la cama. Algo se le clavó en la espalda pero a ella no pareció importarle.
Se sacó la mochila, la campera y los zapatos, como quien se saca de encima una araña que camina por el brazo.
Entró al baño y se miró en el espejo.
-Qué lindo tu pelo.
Susurró para sí misma.
Y el rubio brillante comenzó a apagarse hasta volverse sólo rubio; luego de unos segundos el rubio se tornó una especie de marrón antiguo hasta quedar completamente negro.
Ahora se busca en los espejos pero no se encuentra y ya nadie le dice que su pelo es lindo.
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