jueves, 2 de junio de 2011

Se encontraron en la esquina de 7 y 60. Él la estaba esperando sentado en unas escaleras, ella llegó tarde, como no podía ser de otra manera. Al verla sonrió, siempre sonríe cuando la mira; a ella le gustaría sonreír también, pero no puede.
Se saludaron con un beso en la mejilla y por un momento sintieron tensión. Ella enseguida se excusó por la tardanza y la conversación tomo envión salvando la situación. Igual nunca hubo duda de que todo estaba bien; con él está siempre todo bien, la banca, la quiere, le da seguridad y ella necesita todo eso con desesperación, sobretodo la seguridad.
Caminaron por calle 7 esquivando mares de chicos que salían de la escuela, hombres de trajes y mujeres apuradas. A veces separados, como dos amigos, otras de la mano, como una pareja enamorada; cuando la situación era ésta última, ella se convertía en estratega, con el fin de soltar la mano del acompañante sin que se evidenciara la intención. La primera vez lo logró. Con tremendo tráfico peatonal, se vieron obligados a correrse hacia el costado de la calle y un árbol ofició de cómplice. El segundo intento careció de la buena suerte del primero.

El encuentro había sido pactado vía mensaje de texto. "No tengo muchas ganas de almorzar con ruido y gente pero sí de caminar acompañada".

Durante el camino hablaron de la facultad, música, películas y ese tipo de cosas que se suelen hablar para ir tanteando cuánto de bien te cae alguien. No se tocó el tema que la sensibiliza a ella; él no preguntó, ella no contó.

Llegaron a la esquina donde cada uno debía doblar en direcciones opuestas. Ella paró en seco, más que nada con la intención de dejar en claro que ese era el momento de la despedida, que no pretendía ser acompañada hasta su departamento; no porque no quiera la compañía de él, sino que esa mañana había dejado todo demasiado desordenado como para invitar gente.
Él se acercó con la clara intención de besarla o por lo menos eso creyó ella, pero sólo la tomó de la mano, se la acarició como cuando se acaricia con ganas y le acomodó el pelo largo y revuelto detrás de la oreja.

-Te quedan tan lindos los aros de perla.

Ella sonrió y alejó, sin mirar atrás pero con la sensación de que él no se había movido un centímetro del lugar que ocupaba en esa esquina.

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